El destino era el hacedor
– Eres una dulzura, dije yo
Sin saber lo inapropiado que era decirlo a solo media cita de haberla conocido.
En el plano de lo normal era inapropiado, pero quería decirlo como testimonio de lo que pasaba en otro plano adicional, algo parecido a un pacto estaba volviendo a resucitar, estaba yo seguro de que esta chica era mi amor. Lo supe al entrar al carro, al mirar su ojos y unas pinturas en su cuerpo que no se habian borrado todavía, de un bodypaint de ciertos días atrás.
A cita y media, yo sabía en mi corazón, que era acorde entregar la vida, que no importaba si enfrentaba a un mundo de rechazo por decisiones del estilo. En otro plano de existencia, que muchos años más tarde comprendí, nuestras vidas estaban entrelazadas y el destino era el hacedor.
Tuve muchos días con esta chica, más de 100, menos de 1000. Llegó una mañana que el sol salió y sus rayos me indicaron que no había remedio, que nuestra cercanía llegaría a su fin, que nuestros caminos distanciarían nuestros cuerpos, y que atravesaría un desierto que nos llevaría a distintos continentes.
El Sol no se equivocó, ni mi intuición, ella me regaló unos zapatos, pero yo andaba sin corazón, vi tantos ríos, en mis ojos y en la Tierra, que me conectó con el dolor del mundo, con la universalidad de la separación.
Pero entre templos de Shiva, y yoga con ladrillos, y miradas de Siddhus o personas enloquecidas por el hachis, encontré una solución: hundirme en el océano de mi amor, lanzarme sin miedo a la profundidad de mi pecho, y encontré a ella y a sus besos, en los arcoíris como en los charcos, en las pisadas de monjes de traje rojo o en los sonidos de los discursos sobre la vacuidad, pero sobre todo en mis ojos cerrados contemplando mi universo interior.